Asiendo un bastón, Kolme camina solitario por la cuesta que lleva al dominio de la abadia: una figura oscura que se recorta sobre el camino. El vestido es un largo hábito marrón oscuro, calza sandalias. Su rostro moreno, cubierto por una barba descuidada, se asoma melancólico bajo la capucha. Su mano ase con fuerza el báculo, los dedos están cubiertos de rozaduras, propias de su trabajo de carpintero. Sin embargo sujetan cuidadosamente el cayado, blanco, delicado.
Avanza sin prisa, otea el horizonte. Toda la superficie de la tierra está inclinada. Las dependencias cistercienses muestran fachadas otrora espléndidas, ya muestran cierto deterioro. En su silencio resuenan sólo sus pasos. Uno tras otro, llega a la puerta.
Por el Altísimo y por Fray Tanys, suplico su hospitalidad.
Un suspiro de agotamiento dejó escapar.