Depósito de armas

...

Lisandro ingresa al deposito, donde entrega su espada, su escudo, su bastón y su alabarda:



- Estas son todas mis armas, Angelo, dejaré un escudero para que realice mantenimiento de las armas y les pueda ayudar en algo.

Dicho esto el castellonense sigue a Angelo, sintiéndose un poco incomodo, talvez le hace falta el contrapeso de su espada.

Rapidamente el Caballero de la Orden Montesa pasa por el deposito de armas y hace señal a su escudero, quién apresuradamente carga sus armas y le entrega la espada.

- ¡Espero que tengas sido útil Miguel! - dice el castellonense a su escudero mientras media la espada en el aire y la envainava.

Apesar de no ser este su nombre el escudero resuelve no contradecir ya que conocía el caballero que era de pocas palabras y pobre del que lo contradiga, le asiente con la cabeza y responde:

- ¡Sí, mi señor! - dice recordando con honor a Miguel, el mayor de los ecuderos, quién había quedado a cargo del Fuerte de la Orden Montesa en Tortosa.

- Cabalguemos lo más que podamos hoy porque el camino es largo.

- ¡Que el Altísimo ilumine los caminos de los que se quedan al servicio de Él y los que partimos a nuestros hogares!