La curiosidad de aquel joven esta vez le había llevado a una abadía aristotélica.En el seminario y en la Gran Plaza Mayor había oído sobre ella y Nicolás no pudo evitar ir a ver de que se trataba.
Sobre el lomo de un nuevo caballo, todavía in nombre, ya que su anterior yegua había muerto cuando Nicolás se intentaba defender un un ataque de un ejército y cubierto por una túnica negra con capucha, el joven caballero arribó en la abadía.Elevó la mirada para contemplar la majestuosidad del edificio que tenía adelante.Tras la últma nevada en el paisaje seguía predominando el blanco, y la nieve se acumulaba en el techo y las partes más altas de la abadía.
Ya en las puertas vio un hombre parado allí, seguramente el portero.Con dificultad debido a sus heridas, desmontó su caballo blanco como la nieve y una leve expresión de dolor al bajar del animal se vio en su rostro.No tendria que estar cabalgando ni siquiera caminando con las graves heridas que si Aristóteles y Dios lo quisieran le hubieran provocado ya la muerte.Pero igualmente el joven se daba maña para intentar caminar y moverse.No le gustaba la idea de quedarse en cama acostado durante aproximadamente cuarenta y cinco días, así que o caminaba mientras sus heridas cicatrizaban y se esforzaba por trabajar o se moría de hambre en su cama a la espera de que Dios baje a ayudarle o le envíe del cielo dinero solo para poder solventar sus gastos en comida.
Viendo el lado bueno había mejorado bastante su estado.Ni bien fue atacado había quedado moribundo y ahora estaba solamente algo débil.
Nicolás se acercó al hombre y con una suave voz, casi murmurando dijo:
-Buenos días buen hombre, vengo a prescenciar la inaguración de esta abadía y a limpiar mi alma de pecados.Quizás aquí logre encontrar la paz que quiero hallar...si no es problema me gustaría dedicarme a los estudios de mi fé aquí y trabajar en este lugar para intentar compensar mis malas actitudes en la vida hasta recuperarme totalmente de estas heridas...