El sacerdote Silencioso iba de camino hacia la Abadía de Vallbona, mientras el frío le congelaba las narices y las manos... Helado de frío y tiritando, vio un gran edificio y pensó que ese debía ser la Abadía.
Al acercarse a las puertas, tocó las campanas y un portero le saludó.
Hola, hermano! Me llamo Silencioso, sacerdote de Soria. He venido hasta aquí para asistir a la ceremonia de inauguración de la Abadía, y si es posible, aprender más sobre nuestra Iglesia Aristotélica.