El Joven Legrat se desvelaba aquel día leyendo los tomos pesados que habían en la Biblioteca de la Abadía, a veces se quedaba estancado en uno que otro capítulo pues o estaba mal traducido o había errores. En silencio reposaba pues le había tocado laborar en la cocina de la Abadía, mientras seguía sumergido en la pesada lectura pudo alcanzar a oír como alguien tocaba la puerta de la misma, tocaban con fuerza cosa que enfureció un poco al Legrat, con silencio se paró y abrió la puerta. Al abrirla quedó sorprendido de ver a un hermano en el suelo, casi que de rodillas pues no podía más, ayudandólo a levantar le dijo:
Hermano ! Bendito sea Dios que os ha traído hasta nuestra Abadía para acogeros, andad poneos de pie para poderos guiar hasta vuestra celda, para que descanséis y luego ingeráis algo que comer para que repongáis vuestras fuerzas. Hermano, Dios os ha traído hasta aquí porque sabe que seréis bien cuidado y bien recibido. Andad pasad.
El Legrat le sirvió de guía para indicarle a donde dirigirse.